martes, 1 de mayo de 2012

Rugidos

Hoy el tema estrella del desayuno era el temblor de anoche. A todos nos despertó el crepitar de las paredes de nuestras cabañas, algunos lo viven más festivamente, otros con un dramatismo al que no consiguen acostumbrase.

Mientras escribo estas líneas, ya en la siguiente noche, acaba de tener lugar otro. Pero esta vez, lo he sentido llegar desde lejos, como si fuera un gigantesco animal abriéndose paso entre las montañas. Se acercaba el sonido gutural de la tierra a medida que las pareces se sacudían con más violencia a cada segundo. Luego, como si el animal siguiera su recorrido, ajeno a la destrucción, el sonido y el espanto se alejan lentamente. Hay algo de fascinante en el episodio. Algo que te recuerda tu fragilidad frente a la fuerza de la naturaleza, algo que te recuerda tu efímera presencia en este baile de inestable equilibrio sobre el que se asientan desde tiempos eternos, algunas regiones del planeta.

Hoy he empezado el día con una sesión de Reiki, y con una charla con el maestro, tan larga como la terapia. Yo enfrentaba sus teorías con mi racionalidad sin dejar de escuchar con la mente y el corazón, y todos mi chacras bien abiertos. En realidad acabamos llegando a lugares comunes aunque por caminos distintos. Van a tener razón pronosticando el inminente colapso de la sociedad tal y como la vivimos. La conversación derivó en política pero con tintes cósmicos. Difícil transcribirla aquí sin caer en frivolidades y aparentes delirios.

Me quedo con la sorprendente coincidencia en muchos aprendizajes sobre el amor, la amistad, la soledad, el dolor, la serenidad, la armonía, la relación con el trabajo, con el aprendizaje (cuando le he explicado lo de los consultores artesanos hemos encontrado un hilo conector interesante, conciliador con una tecnología a la que ellos atribuyen efectos diabólicos). Nos hemos despedido hasta la noche para una sesión de yoga en una de las cabañas especialmente dedicada a la meditación.

Yo he salido tan energizada que he decidido llegar a Montegrande a pie a través de los 11km de sendero que nos separa. Hoy es lunes y laborable. Mochila, portátil y a buscar señal de wifi por estos mundos.

A los 7km he sacado el teléfono y buscado a Eric, pero no contestaba. Un poco más adelante, ha parado delante de mi un coche lleno de chiquillos, la abuela, la madre delante acompañando al padre de familia que me invitaba a subir. “¿Quepo?”. Sí, sí, un niño ha volado hacia las faltas de la madre, otro sobre la abuela, los demás me han hecho un hueco suficiente y nos hemos puesto en marcha. Sonaba en el coche una balada antológica de Bon Jovi!. Delicioso surrealismo sudamericano.

He trabajado hasta las 17h, me he zampado una empanada de queso riquísima en la plaza de Montegrande y he vuelto a las cabañas de Cochiguaz con Eric, al que ya, como si llevara toda la vida en el pueblo, he ido a buscar al banco dónde conversaba con sus compadres y con apenas un gesto, nos hemos entendido.

Mañana salgo pronto hacia el aeropuerto de la Serena, dos horas de autobús a través del valle para hacer una hora de avión a Santiago. Qué cosas.

Empieza la recta final de mi viaje a Chile. Reuniones, propuestas, conclusiones, y la idea en mente de conectar personas, proyectos y pasiones a ambos lados del mundo, de forma similar quizás, a la red energética planetaria de la que me hablaba hoy mi hermano en la cabaña.